UNA HISTORIA DE FE Y SACRIFICIOS: LA VIDA DE DOS JOVENES SEMINARISTAS

Quienes eligen convertirse en sacerdotes toman una decisión difícil y trascendental en el mundo de hoy. Es una elección valiente, que trae preguntas incómodas, grandes renuncias y señalamientos.

Por: David Alejandro López BermúdezPeriodista de Reportajes MultimediaEn Twitter: @lopez03david

Sus voces se escuchan en los pasillos. Están murmurando. Apenas se reconoce el eco de lo que hablan. Es un día gris típico de Bogotá. El lugar es inmenso y con mucha historia. Son jóvenes. Es jueves. A pocas cuadras de allí está una de las zonas de fiesta y de vida nocturna más activas de la ciudad. Cada vez que cruzan por el templo, se arrodillan y se dan la bendición.

Desde hace dos años, su casa es el Seminario Mayor, o Seminario Conciliar, ubicado en el norte de la capital. Es una institución que pertenece a la Arquidiócesis de Bogotá y con más de un siglo de historia. Allí viven seminaristas que desean convertirse en sacerdotes, una decisión que pocos toman en la actualidad, sobre todo porque el proceso puede tomar hasta casi una década.

Juan David Carrillo tiene 22 años. Estaba estudiando cuarto semestre de derecho en la universidad cuando decidió convertirse en seminarista. Monseñor Alirio López (q. e. p. d.) fue su guía espiritual para elegir este camino. “Fue mi soporte”, dice.

La vida de Carrillo estuvo marcada por una cercanía directa a la Iglesia católica. Su familia siempre fue muy devota. “Siempre ha habido un gran respeto hacia la Iglesia, sobre todo por la figura de mi tatarabuela, una mujer bastante piadosa, y fruto de esa piedad mi tío abuelo se convirtió en sacerdote”. El Señor, dice, se convirtió en una figura paterna para la familia y guio muchas dinámicas del hogar.

Su papá también trabajó de cerca con la comunidad católica, lo que le permitió al joven acercarse a las actividades que hacían para recaudar fondos. “Fui cercano a niños y comunidades que disfrutaban pasar los momentos con identidad cristiana. Ahí comencé a darme cuenta de mi vocación”.

Algo similar le pasó a Juan David Sánchez, de 22 años. Creció en Marandú y Villa Gladys, en Engativá. Después, su adolescencia la vivió en el barrio La Estrada. Tiene dos hermanos, uno mayor y otro menor. Sus papás y abuelos son católicos. Cada domingo iban a misa. “A mí me gustaba asistir a la eucaristía. Yo iba a la misa para niños”, recuerda. “Cuando nos mudamos al tercer barrio, mi papá construyó una casa al lado de la parroquia, entonces mi familia estableció amistad con los sacerdotes”, dice.

Asistió a actividades con jóvenes católicos. “Me empecé a formar en el ámbito humano, con las actividades de animación juvenil, de liderazgo, de desarrollo y de personalidad en la Iglesia. Después me di cuenta de que fue lo que me llevó a tomar mi gran decisión”, recuerda.


Juan Carrillo (izquierda) y David Sánchez, en el Seminario Mayor de Bogotá, donde viven hace año y medio. Foto: Mauricio Moreno. 

El ‘llamado’ de Dios

Arbey Fonseca es otro de los seminaristas. Tiene 22 años. Su vida se basó en amigos y estudios. Estudió economía en la Universidad Católica de Colombia. Quería sacar adelante a su familia, tener una mejor calidad de vida y dinero. Pero su motivación se desdibujó con el tiempo. “Tenía un problema existencial. Empecé a experimentar dudas sobre lo que estaba haciendo en mi vida”, dice.

Entonces conoció a una joven. Fue casi que un amor a primera vista. Ya había tenido pareja antes, pero esta mujer le despertó sentimientos diferentes. “Ella también estudiaba economía, pero no veíamos materias juntos. Me di cuenta después de que formaba parte de cursos de la pastoral que se dictaban en la universidad. Entonces decidí inscribirme en uno de los semestres y participar”, narra.

Pero no la encontró. Sus caminos se habían cruzado. Ella no pudo inscribirse. “Me sentí triste, pero continué –asegura–. Me gustaron las actividades, sobre todo las de proyección social. Encontré sentido en mi vida en la pastoral”.

La Semana Santa del 2018 tomó la decisión de convertirse en sacerdote. “En medio de una visita a uno de los lugares marginados que visitamos, surgió una pregunta que siempre nos hacían: ¿cuál es mi vocación?”. En ese momento, una persona que estaba con él le preguntó: “¿Tú no quieres ser sacerdote?”. Él quedó frío. Había sido un cuestionamiento que no se había atrevido a decir en voz alta. Su cuerpo se agitó, y dijo: “Hay dos cosas importantes en la vida de un hombre: el día en el que nace y el día en el que descubre para qué, y ese día descubrí para qué vine al mundo”.


“Tenemos una crisis de valores y conceptos que nos está enfrentando a cambios. La Iglesia está en una especie de transición para adaptarse”.

Su relación con la Iglesia católica era más tradicional, por la misa dominical a la que iba con su mamá, por lo que pensó que la decisión que había tomado le alegraría a su familia. Pero no fue así. “Fue un choque muy duro. Tuve un rechazo fuerte. Mi mamá quería que yo tuviera hijos”, cuenta. “Pero después el Señor va haciendo su obra. Hace poco mis papás hicieron su confirmación y ahora se van a casar a final de este año”, dice.

Los tres jóvenes, Juan David Carrillo, Juan David Sánchez y Arbey, coinciden en algo: el ‘llamado’ para ser sacerdotes es un misterio y no una revelación en un sueño, como algunos creen. Según ellos, todo ha sido tácito y a través de las circunstancias de su vida.

“Mi padre era electricista y trabajaba en un convento. Me llevaba ahí, y yo disfrutaba”, señala Arbey. “Fui a la Jornada Mundial de la Juventud en Panamá y descubrí que todo me apasionaba. Tuve amigos, salía y hacía muchas cosas, y me sentía a gusto compartiendo sobre Dios y Jesús”, cuenta Sánchez. Él lo describe como si hubiera sido algo que había pensado durante mucho tiempo, pero que no se había atrevido a contar. “Solo el pensamiento se atravesaba en mi mente, y lo ignoraba o lo evitaba. Hasta que una semana conecté todo lo que había pasado en mi vida y comencé a atar cada momento en los que me acercaba a Cristo y a la parroquia”, relata.

Los jóvenes tuvieron que dejar a un lado las reuniones sociales y familiares, y compartir con amigos con frecuencia, para pasar a una vida más reservada, de más estudio y bastante reflexión. Juan David Carrillo lo describe como algo “trascendental y valiente”.

Todos pasaron un año y medio por lo que se conoce como propedéutico, un tiempo de formación en el que las personas disciernen sobre su decisión de convertirse en sacerdotes y se acercan a la representación de Cristo. Asisten a conferencias con seminaristas y tienen sesiones de confrontación con sacerdotes en las que los cuestionan sobre su decisión y qué están dispuestos a sacrificar. Las preguntas van desde las razones que lo llevaron a tomar el camino religioso hasta la capacidad de aceptar renunciar a acciones que son comunes entre jóvenes, como fiestas, relaciones sexuales, viajes y más.

“Llegó un momento en que me notaba raro. Las confrontaciones fueron duras. No eran las conversaciones más agradables, pero era lo que necesitaba. Por eso entendí el discernimiento como una pregunta constante: cuál era la voluntad del Señor en mi vida”, asegura Juan Carrillo.

Enfrentarse a la soledad

Al finalizar el propedéutico, enviaron al Seminario Mayor una carta en la que detallaron su decisión, un documento con el que esperaban tener el visto bueno para ingresar. Los tres fueron aprobados y entraron durante la pandemia, lo que significó bastantes retos. Desde ese momento emprendieron un camino que les tomará al menos siete años más. Con la emergencia sanitaria, las medidas se ajustaron: tuvieron que estudiar desde sus cuartos, no podían verse entre ellos con frecuencia y las salidas estuvieron limitadas.

“Ha sido un tiempo retador porque este es un seminario diocesano. Es decir, aquí el objetivo no es formar religiosos, sino curas y sacerdotes diocesanos, los que salen y están en contacto con el mundo, y no en una vida puritana en un lugar –explica Carrillo–. Con la pandemia fue más difícil por las medidas de bioseguridad. Salir a parroquias o verse con la familia fue más restringido”.

Y sigue Juan David Sánchez: “Incluso, antes, estudiantes universitarios y de colegios venían al Seminario, a la biblioteca, había charlas y contacto. Eso cambió con la emergencia sanitaria. Entonces, el encierro se sentía más duro, pero hacía parte del proceso”.


En el Seminario reciben clases de filosofía, teología y liturgia, y también deben cumplir con responsabilidades. Foto: Mauricio Moreno. 

“El desprendimiento familiar que a veces siento nos llega a costar, separarse de los seres queridos es complejo, sobre todo porque también se entiende que esta vida sacerdotal se establece bajo eso: compartir con más personas de diferentes lugares, salir de la burbuja”, explica Arbey.

En eso coincide Carrillo: “Había cosas que antes me daban felicidad, pero era algo que se aparentaba y siempre me dejaba insatisfecho. Hay renuncias en todo tipo de vocaciones”.

Ellos están en un ciclo en el que han tenido que aprender sobre filosofía, historia, sociología, teología, espiritualidad y liturgia. Tienen horarios y tareas asignadas. Además, ayudan en la limpieza del lugar, que es bastante grande. También tienen tiempo para leer y hacer otras actividades, como jugar fútbol o juegos de mesa. Todas las noches, después de las 10, deben guardar silencio en sus respectivos cuartos. “Es un momento para rezar y reflexionar, no se puede escuchar nada”, comenta Sánchez.

Lo que piensan del celibato

Muchos los han cuestionado por su elección, y cada vez que pueden verse con sus amigos –que suele ser cuando van a las parroquias de sus barrios o cuando les dan permiso– les hablan de temas que les causan intriga, como el celibato. “Sabemos que hay renuncias –dice Juan Carrillo–, pero cuando uno se compromete con el Señor hay que hacerlo. Eso pasa en la vida diaria. Cuando un hombre se casa con su esposa renuncia a las mujeres, por ejemplo”.

En eso está de acuerdo Arbey Fonseca: “Si el Señor lo quiere a uno para esto, le va a dar la fortaleza necesaria para aguantar en este tipo de cosas”. Juan Sánchez toca el tema más a fondo: “El sentimiento de soledad aparece en momentos, pero eso permite abrirse a todos, a la comunidad. Esta no es una soledad triste ni pesada: es ligera”.


“Había cosas que antes me daban felicidad, pero era algo que se aparentaba y siempre me dejaba insatisfecho. Hay renuncias en todo tipo de vocaciones”

Para los ojos de algunos, su decisión los ha hecho ir por un camino de sacrificios; para otros es como cualquier otra vocación. En todo caso, sí se apartan de la gran mayoría de jóvenes. “Para mí, no son ni sacrificios ni renuncias lo que vivimos acá, sino son decisiones. Es como cualquier contrato con una empresa y su letra pequeña. Uno acepta estar acá”, dice Sánchez.

Para Carrillo, se trata de “pruebas” que todos tienen en la vida. “¿Cómo determinar qué es un sacrificio y qué no, si todos no tenemos la misma vida ni los mismos contextos? –cuestiona–. Es tan relativo como la fe. Hay pruebas que todos atravesamos por hacer lo que nos gusta y lograr los objetivos que nos proponemos. Para algunos es un salto al vacío; para otros, un paso seguro”.

Los jóvenes confían en que tomaron la decisión que mejor se acomodaba a lo que sentían. No creen que haya una crisis vocacional, pese a que las estadísticas demuestran un notable descenso del número de seminaristas en las últimas décadas. “Vivimos en una sociedad donde da miedo el cambio y pocos se atreven a hacer algo de larga duración como esto”, afirma Arbey. “Tenemos una crisis de valores y conceptos que nos está enfrentando a cambios. La Iglesia está en una especie de transición para adaptarse”, agrega Carrillo.

Solo quienes han estado, o están, en la vida religiosa y sacerdotal saben lo que significa renunciar a cosas y acciones que están y pasan a su alrededor a diario. En tiempos de redes sociales, cuando pareciera que el tiempo no alcanza y el estrés fuera el protagonista, hay algunos que deciden apostarle a algo diferente, quizás más tradicional y despacioso, algo que se convertirá en la base de una catedral llamada vida.

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