Si realmente queremos acabar la corrupción, la formación ética y moral debe iniciarse en la infancia
La aprobación de la justicia especial para la paz es uno de los pasos más importantes en el camino de la paz. Mientras se hace un análisis del texto de la JEP desde la reflexión ética, es oportuno detenernos en el problema de la corrupción desde la misma perspectiva.
Antes del escándalo de Odebrecht y sus cómplices, era ya común señalar la corrupción como el problema más grave del país. Por esa preocupación, la Universidad Javeriana realizó a finales de febrero un seminario con especialistas internacionales y la participación del Fiscal, el Procurador y el Contralor, quienes al análisis añadieron la decisión de trabajar unidos para enfrentar el desafío.
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Entre tanto, la lucha contra la corrupción se convirtió en motivo de campaña, y comenzaron a insinuarse las consignas: ‘Vote contra la corrupción, vote Centro Democrático’, ‘Vote contra los corruptos, no elija al Centro Democrático’, ‘Contra el robo de los partidos tradicionales, vote verde’, etc.
Desafortunadamente, de la anticorrupción como tema de debate político pueden esperarse acusaciones mutuas entre todos los contrincantes, pero no la solución de la crisis. Pues no es posible tener en las campañas una pedagogía que dé fundamentos a la verdad, la transparencia y la honradez, que son valores morales antídotos de la corrupción.
La lucha eficaz contra la corrupción no es únicamente cuestión de prevenir los fraudes y aumentar sanciones
Porque, en contraste con la contienda política, en la que no hay gratuidad, pues lo que un candidato gana lo pierde el otro o los otros, la formación ética y moral educa en valores por los que se lucha gratuitamente y en cuya realización todos ganan; y en ella, las personas y los pueblos aprenden a entregarse a la lucha en la que se juegan su dignidad como personas y como colectividad, en una entrega que no espera nada a cambio. Pues les basta la satisfacción de haber honrado con su comportamiento privado y público lo que las hace grandes como seres humanos. Por eso dicen la verdad y la vuelven costumbre, sin aceptar pago por decirla. Luchan contra la injusticia, aunque cueste la vida. Enfrentan la corrupción sin pedir a cambio votos, ni puestos ni prestigio. Y de estas opciones morales, sometidas al control ético continuo, surgen en la sociedad el respeto, la tranquilidad, la inclusión, la confianza colectiva y la paz.
Si realmente queremos acabar con la corrupción, la formación ética y moral debe iniciarse en la infancia para hacer conscientes a los niños de la vulneración de su propia grandeza en comportamientos como apropiarse de cosas de la escuela, llevarse libros de la biblioteca, copiar en exámenes o señalar de ‘chupas’ a los compañeros que se oponen. Cuando desde la temprana edad estas prácticas no se detienen, van escalando y constituyendo hábitos que dan pie a los grandes delitos de corrupción que conocemos en el país y se enraízan en la laxitud generalizada sobre los temas de moral pública hoy.
Por eso, la lucha eficaz contra la corrupción no es únicamente cuestión de prevenir los fraudes y aumentar sanciones y controles en el manejo de los bienes públicos, sino de dimensiones más básicas en la formación de las personas. La corrupción nuestra hoy viene de atrás, creciendo y perfeccionándose como resultado de familias, escuelas, colegios, comunidades y posteriormente universidades donde poca importancia se dio a la integridad ética y moral y a la educación político-ciudadana que blindara a las personas del soborno, el cohecho y la deshonestidad.
Es cierto que no es fácil educar en el análisis ético sobre lo que nos hace crecer y lo que nos destruye humanamente. Y todavía más difícil es tener mamás y papás y maestros ejemplares que formen con el ejemplo el carácter de jóvenes coherentes con su propia dignidad. Pero hay ejemplos en nuestras familias y escuelas que prueban que sí es posible.
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